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DOG IN PANTS

2022

modelo PEDRO HUGO VILANOVA
estilismo ALICE RUFFO e GABRIEL VENZI

fotografía GABRIEL VENZI
texto MARIA EDUARDA VERÍSSIMO

estudio VIGA

Bondage, Disciplina, Dominación, Sumisión y Sadomasoquismo, el conjunto de palabras que forman el acrónimo BDSM, están cargadas de reglas claras y estrictas que los practicantes siguen al pie de la letra. Cabe destacar que no siempre implica sexo o dolor; puede tratarse simplemente de sumisión o de un fetiche por los materiales, como el cuero, o por la estética visual. Cuando el dolor está presente en la práctica, entra en juego la regla número uno: la palabra de seguridad, predeterminada por las parejas, que marca el momento de detenerse, evitando cualquier tipo de accidente y dejando claro que todo es saludable, consensuado y amistoso, al contrario de lo que perpetúa la cultura del abuso en nuestra sociedad.

 

El editorial Dog in Pants tiene como objetivo principal desmitificar el BDSM a través del artista Pedro Hugo Vilanova, originario de Minas Gerais, estudiante de Arquitectura y Urbanismo en la Universidad Federal de Juiz de Fora y practicante del BDSM. Pedro cuenta que, mucho antes de reflexionar sobre su orientación sexual, ya sentía atracción por el Bondage, algo tan presente en él que hoy siente la responsabilidad de explorarlo en su trabajo. En una sociedad reaccionaria, el status quo hace que personas como Pedro sientan asco de sí mismas. Para él, explorar el BDSM fue como aceptar su sexualidad y superar sentimientos de vergüenza y extrañeza a través de la adorable ligereza de simplemente ser.

A diferencia de SEX, la carta de amor a esta práctica publicada por la reina del pop Madonna, o del sexismo envolvente que dominaba las pasarelas de Jean Paul Gaultier, Dog in Pants imprime ligereza y sensibilidad. Las perlas, con su pureza y feminidad, armonizan al unísono con el látex, de la misma manera que el cuidado y la explícita violencia carnal intrínsecos al BDSM. Los plugs se presentan con tal delicadeza, como si se extendieran de una mano a otra en señal de invitación a algo que solo será posible con el consentimiento, marcado por un signo de aceptación a la sumisión. Un corsé perfila una silueta sensual, mientras la brisa cálida de verano agita el cabello y un pañuelo fluido, moviéndose como una danza hacia un placer violento y, por qué no decirlo, visceral, que calienta las mejillas (donde hay vida, hay calor). Una máscara de látex cubre la identidad, integrándose en esta coreografía envolvente de dominio y dominación, entrega y sumisión. Finalmente, Pedro posa junto a su autorretrato, emitiendo su propia carta de amor al BDSM, en un acto subversivo que pretende difundir la existencia, que es resistencia. Y si existe, ¿por qué sofocarla?

Estas personas, participantes de un acto agitador de amor incomprendido y juzgado, iluminan el multiculturalismo y rechazan la homogeneización a través de este trabajo provocador. Incluso en un mundo más favorable que el de iconoclastas como Martin Margiela o el fotógrafo Robert Mapplethorpe—ambos criticados pero igualmente emulados—, Dog in Pants busca abrir camino hacia la conciencia y la inclusión de lo desconocido, que solo necesita ser comprendido.